¿Nunca habéis sentido que perdíais algo por haber adoptado
una actitud pasota?
Se puede decir que llevo prácticamente un año sin darle
demasiada importancia al amor, al afecto, al cariño, no solo entendido como
pareja, también a las amistades. Quizás he estado demasiado desentendida,
distraída, ida, sin más. Ahora es cuando empiezo a plantearme si éste es el
estilo de vida que quiero llevar en un futuro próximo y creo que yo sola me
autoniego antes incluso de terminar la pregunta. Lo que se me hace difícil es
tratar de cambiar la situación. No puedo obligarme a preocuparme por algo si no
me nace hacerlo en realidad.
Hace un año decidí vivir. Sí, vivir. Lo que hacía hasta
entonces se resumía en comerme la cabeza día sí, día también. Preocuparme en
exceso, ver problemas donde no los había, inquietarme, alterarme por nada. Y
llorar, llorar, llorar mucho. Por lo que decidí vivir, mucho más indiferente e
impasible a todo lo que me hacía daño. Que por aquel entonces, era todo.
Así
que me metí en mi mundo, en mi burbuja, cerré con llave y ni salía ni dejaba
entrar a nadie.
A día de hoy sigo allí metida, salgo algunas veces a colarme
entre la gente, a recordar a qué sabe la compañía, pero me sigue resultando
complicado emerger de aquel sitio en el que me siento tan a salvo, tan segura, tan indestructible. Sin embargo,
también siento que me pierdo cosas, que mi vida es un escaparate y voy dejando
que todo pase sin hacer nada al respecto.
Yo siempre he pensado que es tan importante aprender a ser paciente como
saber aprovechar las oportunidades que se presentan. Porque cualquier experiencia,
aunque acabe en catástrofe, te hace aprender y crecer como persona.
Para no
repetir errores, hay que cometerlos primero, sino ¿Cómo sabríamos que era un
error? No puedo negar que me da miedo equivocarme, pero más miedo me da
quedarme encerrada sin intentarlo.