viernes, 19 de abril de 2013

Mi torpeza y la mala leche de después.


Después de tanto, he decidido que seas mi despiste y que sólo existas en las 
arrugas de mi cara, que formo en ocasiones especiales, 
cuando pierdo el autobús, las llaves o algún poema. 
Cuando me estampo contra algún cristal, tan transparentes son los cristales a veces...
Cuando escucho una canción quince veces. Seguidas. 
Ahí estás, reinando el laberinto de las noches en que no encuentro el cuarto de baño, 
cuando el mundo deja de ser algo conocido y me pierdo unos segundos. 
He decidido que seas mi torpeza y la mala leche de después. 
Ahí te he colocado, en mi cara de idiota, porque a las personas, cuando pasan por tu vida, tienes que ponerlas en algún sitio, saber qué fueron y acomodarlas. Porque luego unas serán un silencio mientras hablas sobre verduras, otras serán un suspiro mientras buscas el desodorante y otras, como tú, serán un berrido, un subliminal insulto a nadie después de meter el pie en el único charco que había en la calle.

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