Después
de tanto, he decidido que seas mi despiste y que sólo existas en
las
arrugas
de mi cara, que formo en ocasiones especiales,
cuando
pierdo el autobús, las llaves o algún poema.
Cuando
me estampo contra algún cristal, tan transparentes son los cristales
a veces...
Cuando
escucho una canción quince veces. Seguidas.
Ahí
estás, reinando el laberinto de las noches en que no encuentro el
cuarto de baño,
cuando
el mundo deja de ser algo conocido y me pierdo unos segundos.
He
decidido que seas mi torpeza y la mala leche de
después.
Ahí
te he colocado, en mi cara de idiota, porque a las personas,
cuando pasan por tu vida, tienes que ponerlas en algún sitio, saber
qué fueron y acomodarlas. Porque luego unas serán un silencio
mientras hablas sobre verduras, otras serán un suspiro mientras
buscas el desodorante y otras, como tú, serán un berrido,
un subliminal insulto a nadie después de meter el pie
en el único charco que había en la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario