La
música de fondo de mi vida es el silencio, porque es el que más
habla.
Estoy sentada en mi cama, con las rodillas cerca del pecho
para intentar hacerme más pequeña y para intentar relajar los
sentimientos que invaden mi mente.
No hay nadie, sólo estamos el
silencio y yo.
Y
sigo aquí, perdida. Hablando conmigo misma sin decir palabra y
revisando mi pasado por etapas. Miles de fallos, errores, caídas,
equivocaciones...
Lo
cierto es que me sigo sintiendo tan sola como en aquel entonces.
Nadie ha estado nunca ahí, a mi lado, para frenar mis nefastos
pensamientos. Cierro los ojos por milésima vez.
Me
he perdido ya tantas veces. Empiezo a pensar que estoy intentando un
imposible, pero soy incapaz de pararlo. Perpleja, turbada,
confusa.
Ella. Ella y yo. Ella sin mí. Yo sin ella.
Todo a mi
alrededor me conduce a ella, y por más que trate de esconderme su
recuerdo me persigue.
Su
increíble sonrisa, sus ojos brillantes clavándose en los míos, su
pelo entre mis dedos, su voz entrecortada y nerviosa, cada gesto, por
pequeño que sea. Adoro cada uno de sus detalles. Me hacen falta sus
abrazos, sus caricias y sus besos.
Mas,
cuando despierto no hay nadie a mi lado, solo un vacío, un frío
intenso.
Se desvanece como la espuma.
Es
mi vuelta a la realidad.
No
hay nadie, sólo estamos el silencio y yo.
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