A veces, esperé en mi adelgazada paciencia, refugio, afán y algún beso suyo.
He
tratado con todas mis fuerzas comprenderla, pero en sus ojos había
demasiada inquietud y noches de angustia.
Sólo veo una persona
delicada y frágil, de corazón atropellado.
Dicho
corazón trata de reconstruirse, pues tiene ganas de volver a latir, casi tantas como miedo a volver a sufrir. Está en mil pedazos y arrastra
consigo la angustia y la desesperanza de un pasado amargo, doloroso y feliz al mismo tiempo.
Está lastimada. Y no deja de caerle sal
en las heridas que, por consiguiente, nunca terminan de sanar por
completo.
Vacía
por dentro, sin ganas de nada. Desmotivada, perdida, insegura.
Se
avecina lo más duro, pequeña: aceptar el final y afrontar el
principio.
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